Penelope, sé que son las tres de la mañana, pero necesito quitarme este peso de encima.
No
puedo seguir dándote consejos sobre cómo conseguir a ese otro tipo,
contarte más «cosas sexis» que podrías hacer ni sugerirte más frases
subidas de tono para enviarle por mensaje por la noche.
Como tu mejor amigo, he alcanzado mi límite, y, sinceramente, debo decir que no te merece.
No
te estoy diciendo todo esto porque esté celoso ni porque tuvo la cara
dura de decir que ganaba más dinero que yo (por cierto: sigo sin poder
encontrar su nombre en la lista Forbes 500, y sé de buena tinta que ha
alquilado el Ferrari, pero esa historia te la contaré otro día).
No
es quien tú crees que es. Creo firmemente que estarías mucho mejor con
otra persona, y necesito que lo compruebes por ti misma.
El hombre perfecto ha estado siempre delante de tus narices...
Tienes
todos los motivos para no darme nunca una oportunidad, porque me
conoces mejor que nadie, y porque además opinas lo mismo que los
titulares de prensa que me llaman «el rey arrogante de Nueva York» o «el
playboy ingobernable de Manhattan».
No te estoy pidiendo demasiado... Solo quiero que rompas con él para estar conmigo.
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